viernes, 1 de agosto de 2014

Soy

Tengo miles de apodos, toda persona con la que me he cruzado, me ha llamado de una forma diferente, puedo enlistar todos mis sobrenombres, el primero lo recuerdo como ningún otro. Me llamaron ridículo, ¿Ridículo por qué? Porque no podía tener una conversación sin hablar de ti, era un amor perfecto, perfecto e inexistente. Pasé de ridículo a "ilusionado" en cualquier reunión me preguntaban por ti en forma de burla y yo siempre respondía lo mismo: Aún no, ya vendrá. Antes de que eso "viniera" tuve otros tantos; tonto, payaso, iluso. Pero llegaste y me llamaron soberbio porque no podía dejar de hablar de tu belleza infinita, aquellos ojos claros que hacían brillar el día más nublado, una peculiar sonrisa con un ruido chillón en forma de carcajada, no me cansaba de presumirte. Cuando nadie te había visto fui un mentiroso, creían que eras una invención de mi imaginación, un sueño pero eras más que eso, sí, claro que eras un sueño, fuiste producto de mi imaginación pero habías aparecido, tan real como el rápido latir de mi corazón al sentirte. Desde que te presenté por primera vez fui conocido como un suertudo, tenía la mujer más bella y no sólo yo lo creía, cualquiera sentiría celos de mi suerte, dejaste de ser humo.

Te perdí, no era necesario que alguien lo dijera, yo mismo supe que era la persona más estúpida por no hacerte lo suficientemente feliz, dejé de escuchar esas malas bromas, el crujir de las plantas en otoño, los cortos y apresurados pasos, ya no veía el brillo, mi túnel no tenía luz al final o tal vez ni siquiera final tenía. Solitario, fue mi adjetivo ideal por los siguientes 37 días hasta que creí tener tu remplazo, lo único bueno que aquel sufrimiento me dejó fue el perro con el que te encontré en el parque bajo una sombrilla comiendo a gajos una mandarina, de nuevo otoño, te vi a lo lejos, no me acerqué supongo que no me atreví. Cobarde, así fue como me llamaron al contar esta historia por primera vez, odié cuando me lo dijeron, sentí mi cuerpo lleno de rabia porque supe que mi única oportunidad de acercarme de nuevo estaba perdida. Por un tiempo tuve nombre hasta que en Diciembre me crucé contigo, el mismo supermercado que siempre pero no estabas sóla, lamentable. Aguafiestas fue mi nombre hasta año nuevo, todo era culpa de tu nuevo desconocido.

Siendo sincero, olvidé cómo fue que nos reencontramos, tu desconocido era historia mientras que yo ya era un enamorado, un atarantado, podía enfrentar todo sosteniendo tu mano. Mandilón cuando decidimos mudarnos. Lento cuando no pedía tu mano, no llevaba prisa, me dije que cuando terminara esta carta lo haría, no resistí, lo hice y aún no acabo, no faltó quien me llamara precipitado. Brillante cuando hallé la solución para la boda perfecta, cruel cuando nos reservamos la noticia del embarazo. Meloso mientras los nueve meses más largos transcurrían, distraído cuando me daban lecciones de paternidad inútilmente pero ahora... Ahora me llaman dichoso al tener lo que siempre quise, álbumes llenos de fotos y recortes, un departamento suficiente, la misma playera de cada fin de semana, el mismo televisor empolvado para encenderlo de vez en cuando, la hamaca colgando en la terraza, todo en su lugar y sé que todo estará bien mientras apagues el despertador a las 6 y decidas despertar diez minutos después.

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