martes, 20 de enero de 2015

Tragedia no.1

Sigue hablando, no me siento dentro de mí, mi cabeza fija contra la pared, con los ojos fijos a la persona de enfrente, finjo escucharla, sí la escucho, escucho palabras sin orden ni sentido, me pierdo en el ruido de todos, sacan cosas de sus mochilas, mueven bancas, golpean con las plumas diciendo que llevan ritmo, gritan, comen. Escucho todo y prefiero ignorarlos. Un derrape acompañado de un mundo de gritos viene desde la ventana, es un Civic del año que se acaba de pasar el semáforo provocando ligeros choques.

Su nombre es Eduardo y acaba de recibir una llamada diciendo que su padre está a punto de morir; no se explica como le puede pasar algo así a su padre, aquél ser tan heroico conectado a múltiples aparatos que alargan su agonía, tiene miedo de llegar y no poder agradecer a su padre todos los sacrificios, no recuerda todos los reclamos que alguna vez pensó hacerle, sus ojos llenándose de lágrimas y su visión cada vez más borrosa. Semáforos en rojo pasan volando, la primer lágrima escurre por el lado derecho, no sabe si llora por el dolor que su imaginación le causa o son todas las imágenes que ve pasar lejanas en sus recuerdos, ambas mejillas se llenan de llanto.

...

Al llegar a mi casa enciendo la tele y veo un accidente como ningún otro, un civic destruido en un poste de luz que terminó por caer sobre el toldo. Eduardo debió morir...

En el hospital su padre mira desconsolado por la ventana una pareja de aves directo al horizonte, recuerda todas esas veces que le prometió a su hijo de 5 años ir al bosque a pasar un fin de semana, alejados de todo y le duele recordar cómo su trabajo nunca lo permitió y al paso de los años siguió siendo una promesa. Ya han pasado 23 años desde que hizo esa promesa por primera vez, siente una pesadez en el pecho es muy similar a la experiencia del infarto que llevó hasta allí, pero no sucede, no pierde la consciencia, no se siente morir, sabe que algo no está bien.


-Le estoy diciendo que no respira señorita, carajo mande una ambulancia. Altavista pasando Diego Rivera, un Civic plateado con placas 291-MJO por favor apresúrense. 

La ambulancia no tardó pero era imposible sacar a Eduardo, el coche estaba destrozado y la única forma de abrir fue desmontando la puerta y esperando una grúa que levantara el poste. Su pulso iba en decremento mientras se acercaban al hospital. Lo llevaron directo a terapia intensiva. 
-Habitación 32, el doctor está esperando- fue todo lo que necesitaban escuchar los camilleros para seguir el camino.

En la habitación 23 está Alfredo con su padre desahuciado al frente y su madre derrumbándose de dolor a su derecha, —su teléfono comienza a sonar— Alfredo por respeto no se molesta en contestar pero su mamá sabe que esperaba una llamada importante. Le pide que responda. Él camina a la puerta, es un número desconocido por lo que infiere que no es esa llamada importante, al contestar sólo alcanza a decir "Buenas tardes" su cara pierde color y su último recurso es sostenerse de la manija. -Su hermano se encuentra en el hospital Inglés, habitación 32, está en verdad muy grave. 

Su mamá percibe la preocupación en el rostro de su hijo mayor pero tiene miedo de recibir más noticias malas. Alfredo no encuentra la forma de decírselo el miedo a la reacción de su mamá no se compara a la preocupación y ansiedad que lo invaden por conocer el estado de salud de su compañero de juegos. 
-Mamá, Alfredo está aquí, hospitalizado, tú quédate con papá yo lo iré a ver- no dice que tan grave es y ella, por alguna razón, no lo pregunta. 

...

Eduardo está en coma un piso arriba de su padre, los médicos dicen que hay muy poca esperanza, Alfredo sabe que esto terminará por destruir a su madre. Dos horas después su mamá se entera, no supo cómo tomar la noticia, se pasmó, parecía que su mirada se terminaba de vaciar, el último rastro de esperanza se esfumó con esas palabras, su hijo menor, el que siempre la llenó de problemas, el consentido de su papá, el que siempre pidió que se pareciera a su hermano mayor pero en realidad nunca lo quiso, ese mismo ahora necesitaba un nuevo corazón para seguir disfrutando de toda la vida que le quedaba por venir. El resto de la familia no tardó en enterarse pero Eduardo sólo era un nombre más en la lista de espera. La pesadez en el pecho de Humberto, su padre, seguía presente y él de alguna forma había logrado levantarse junto a la ventana, su mujer abrió la puerta y al verlo con la mano en el pecho, sólo alcanzó a decir
-Es Eduardo.
-Lo sé.
-Puede morir en cualquier momento, necesita de un corazón.

Finalmente hubo una buena noticia, Humberto tenía donador 100% compatible, su cardiopatía sería curada. Por un momento todos se aliviaron de la gran carga que habían estado llevando los últimos días, menos Eduardo. Cuando Humberto se enteró del donador no pensó en nada que no fuera hacerle estudios a su hijo menor para salvar su vida a costa de la pésima cálidad de vida que él llevaría, Sara le pidió a su esposo que lo pensara bien pero finalmente él tenía la razón, no había nada que pensar, nada podía ser más valioso. Fueron horas de espera e incertidumbre pero era posible, el corazón podía salvar su vida aunque no con la misma compatibilidad. A Humberto lograron diseñarle un tratamiento con miles de medicamentos que le darían un poco más de vida, esa misma noche fue dado de alta pero no dejó el hospital; simultáneamente Eduardo entraba a quirófano acompañado de un ejército de santos enviados por su madre. La operación fue "de rutina". Al siguiente día Eduardo comenzaba a abrir los ojos, incómodo y muy dolorido pero a fin de cuentas; vivo. Para salir del hospital fueron necesarios casi 15 días e instrucciones precisas para seguir el cuidado, la familia vivió tranquila un tiempo más, ocho meses, seis días, dos horas y once minutos exactamente hasta que Humberto murió feliz y tranquilo, después de todo, pasaron un fin de semana en el bosque. 

lunes, 11 de agosto de 2014

Justicia.

No me conocen, así que permítanme presentarme, soy Sebastián y hoy por fin, después de 26 años, soy libre, durante los últimos años pensé en lo que había hecho aquella tarde de diciembre, un día soleado de los que más odio pero que a tanta gente le gustan, el día perfecto para el crimen perfecto, lo habíamos planeado por meses y por fin; la fecha acordada, un fin de semana antes de Navidad con todos retirando y ahorrando sus bonos, salarios y demás. Ismael, mi mejor amigo desde los 7, era mi vecino desmadroso mientras yo era el tímido, sabíamos lo mismo de la vida: Ni un coño. Nos separamos tres años porque se mudo pero cuando sus abuelos fallecieron regresó a la casa junto a la mía, era otra persona, ahora él era el bueno y yo quien no sabía controlarse, me intentaba enseñar todo lo que aprendía en la escuela y yo no captaba ni un poco hasta que se harto de mí y me mandó al carajo, nos peleamos, pero como niños, a los dos días ya estábamos jugando fútbol con moretones en la cara. Después de todo, él sabía que nuestro plan no tenía falla: desconectábamos las cámaras fingiendo un trabajo, entrábamos, dos pistolas vacías, todos al suelo y salíamos con dinero, pertenencias y joyas. Todo sería nuestro. Sin problema.

Recuerdo que la noche previa al asalto no pude dormir, nunca he dormido mucho pero esta vez fue diferente, era una sensación distinta, estaba frío, sentía algo correr por mi espalda, no estaba nervioso, no era mi primer asalto pero la magnitud no se comparaba, la adrenalina era inmensa es un sentimiento al que te haces adicto, tu piel, tus huesos, cada rincón de ti se congela, empieza a correr y explota a mil por segundo, nunca me cansaría de ese apresurado latir. Después de este trabajo, nuestra vida estaría segura por unos años... en este punto te has de imaginar que algo malo paso, y sí, estás en lo correcto.

13 de diciembre. Debíamos seguir el plan al pie de la letra, creíamos haber calculado hasta el más mínimo detalle, el coche en el que huiríamos no tenía placas y llevaba fuera del banco una semana, nadie lo había reportado por lo que inferíamos, nadie sospecharía. Ropa muy común, pasaríamos desapercibidos, él estaría adentro y cuando pasara a la caja, entraría yo con un arma, yo tomaría las pertenencias en la fila y él en las ventanillas, sonaba tan simple que ahí radicaba lo complicado, múltiples variantes imposibles de evitar.

14:30 era la hora en el reloj del banco, a esa hora entró Ismael ocultando un revólver de 5 con el cilindro vacío, hasta donde yo sabía, cuando le faltaran dos personas para pasar yo acercaría la camioneta a un lugar apartado, después de media hora llegó la hora, mi celular vibró -Ahora- era todo lo que el mensaje incluía y lo entendí por completo, fingía pedir un depósito cuando yo entré con un rifle de asalto que había obtenido en la pandilla de mi calle, el policía no lo había notado cuando yo ya lo estaba midiendo para tumbarlo con la culata, fui yo el del grito. -Todos al suelo y el que se mueva se lo lleva la chingada-. Ismael desenfundo el revólver, dio dos pasos hacia atrás y recorrió desde la caja 1 hasta la 6 apuntando, cada quien pasó una maleta en su respectiva zona y nos marcharíamos en menos de dos minutos, nuestro mejor tiempo era 1:21, pero las variantes nos traicionaron, cuando él se dio vuelta y yo recogía mi maleta se escuchó un estruendo, era pólvora, sólo pude pensar que alguien se había querido pasar de listo e Ismael lo había matado pero al voltear un señor no mayor a 50 años sostenía una .38 con la mirada fría y fija en su cuerpo, le vació el cartucho, lo supe al contar las balas, sabía que mi rifle estaba limpio pero de la revólver no estaba seguro, tuve tiempo de sobra para huir pero no pude, debía hacerle lo mismo, me acercaba mientras el seguía observándolo, a mi alrededor, nadie se atrevía a levantarse para detenerme, cuando estuve frente a él; lo levanté del cuello de la camisa, puse el cañón en su sien mientras me pedía que lo matara, claro que lo hice, pero no con aquél revólver de su bisabuelo, fueron mis puños, no recuerdo cada golpe, su cabeza sólo rebotaba contra el suelo y yo seguía llenando mis puños de su sangre hasta que el ruido de las patrulla me despertó, era muy tarde, siete balas en la espalda de mi amigo de toda la vida y un charco de sangre del estúpidamente valiente ex-policía que se atrevió a jalar el gatillo.

En el juicio me dieron 19 años por el homicidio y 7 por el robo, no había quien se preocupara por mí, así que afronté las consecuencias, lo que pasó en la prisión no tienes porqué saberlo, sólo no me arrepiento de lo que hice, pero sí decidí cambiar, lo decidí por Ismael y su familia, tengo que hacer a ese muchacho que iba naciendo alguien que su padre hubiese querido que fuera, tal vez vuelva a robar porque finalmente es un don, pero es increíble todo lo que se piensa en esas tres paredes con reja. Y después de todo fui yo el juez de ese tacaño que no pudo cenar con su familia.

viernes, 1 de agosto de 2014

Soy

Tengo miles de apodos, toda persona con la que me he cruzado, me ha llamado de una forma diferente, puedo enlistar todos mis sobrenombres, el primero lo recuerdo como ningún otro. Me llamaron ridículo, ¿Ridículo por qué? Porque no podía tener una conversación sin hablar de ti, era un amor perfecto, perfecto e inexistente. Pasé de ridículo a "ilusionado" en cualquier reunión me preguntaban por ti en forma de burla y yo siempre respondía lo mismo: Aún no, ya vendrá. Antes de que eso "viniera" tuve otros tantos; tonto, payaso, iluso. Pero llegaste y me llamaron soberbio porque no podía dejar de hablar de tu belleza infinita, aquellos ojos claros que hacían brillar el día más nublado, una peculiar sonrisa con un ruido chillón en forma de carcajada, no me cansaba de presumirte. Cuando nadie te había visto fui un mentiroso, creían que eras una invención de mi imaginación, un sueño pero eras más que eso, sí, claro que eras un sueño, fuiste producto de mi imaginación pero habías aparecido, tan real como el rápido latir de mi corazón al sentirte. Desde que te presenté por primera vez fui conocido como un suertudo, tenía la mujer más bella y no sólo yo lo creía, cualquiera sentiría celos de mi suerte, dejaste de ser humo.

Te perdí, no era necesario que alguien lo dijera, yo mismo supe que era la persona más estúpida por no hacerte lo suficientemente feliz, dejé de escuchar esas malas bromas, el crujir de las plantas en otoño, los cortos y apresurados pasos, ya no veía el brillo, mi túnel no tenía luz al final o tal vez ni siquiera final tenía. Solitario, fue mi adjetivo ideal por los siguientes 37 días hasta que creí tener tu remplazo, lo único bueno que aquel sufrimiento me dejó fue el perro con el que te encontré en el parque bajo una sombrilla comiendo a gajos una mandarina, de nuevo otoño, te vi a lo lejos, no me acerqué supongo que no me atreví. Cobarde, así fue como me llamaron al contar esta historia por primera vez, odié cuando me lo dijeron, sentí mi cuerpo lleno de rabia porque supe que mi única oportunidad de acercarme de nuevo estaba perdida. Por un tiempo tuve nombre hasta que en Diciembre me crucé contigo, el mismo supermercado que siempre pero no estabas sóla, lamentable. Aguafiestas fue mi nombre hasta año nuevo, todo era culpa de tu nuevo desconocido.

Siendo sincero, olvidé cómo fue que nos reencontramos, tu desconocido era historia mientras que yo ya era un enamorado, un atarantado, podía enfrentar todo sosteniendo tu mano. Mandilón cuando decidimos mudarnos. Lento cuando no pedía tu mano, no llevaba prisa, me dije que cuando terminara esta carta lo haría, no resistí, lo hice y aún no acabo, no faltó quien me llamara precipitado. Brillante cuando hallé la solución para la boda perfecta, cruel cuando nos reservamos la noticia del embarazo. Meloso mientras los nueve meses más largos transcurrían, distraído cuando me daban lecciones de paternidad inútilmente pero ahora... Ahora me llaman dichoso al tener lo que siempre quise, álbumes llenos de fotos y recortes, un departamento suficiente, la misma playera de cada fin de semana, el mismo televisor empolvado para encenderlo de vez en cuando, la hamaca colgando en la terraza, todo en su lugar y sé que todo estará bien mientras apagues el despertador a las 6 y decidas despertar diez minutos después.